Martes 16 de Marzo del 2021

Aún sueño con tocatas: recuerdos del bar La Aduana

Funcionaba en Blanco 54, en el subterráneo de un viejo edificio de Barrio Puerto, el mismo donde está la Sociedad Mutualista Unión de Caldereros, contigua al Sindicato de Marineros Auxiliares de Bahía. En cierto modo, podría decirse que La Aduana resultaba paradigmático entre una serie de lugares que han albergado tocatas en Valparaíso.

La primera vez que asistí al bar La Aduana fue en el 2006, a una tocata donde se presentaba Christian Rap, banda que hacía una forma bastante particular de hardcore/rock screamo. Estaba conformada por varios amigos: la Coté en batería, la Valeria en el bajo, el Guti en la primera guitarra (Manual de Carroña, Vea Tío Revise, Año Bisiesto), la Monki en la segunda guitarra y el Tuto (Mugre), el Tulio y el Vicente (Grito de Libertad, Zapatilla Sónica, Letal, Kinoko) en los gritos. También tocó ese día Marcel Duchamp y Sin Fronteras si no me equivoco, porque siendo honesto son pocos los momentos de esa tocata que retengo en mi memoria. Recuerdo sin embargo con particular alegría el final de la presentación de la banda, cuando tocaron una versión de “Vahos del ayer” de Flema y mucha gente subió espontáneamente al escenario a “bailar” mientras la banda seguía tocando, o al menos lo intentaba.

Christian Rap en aquella tocata (foto por Fran Castillo)

 

Situaciones de música, diversión y amistad las viví varias veces en el bar La Aduana. Funcionaba en Blanco 54, en el subterráneo de un viejo edificio de Barrio Puerto, el mismo donde está la Sociedad Mutualista Unión de Caldereros, contigua al Sindicato de Marineros Auxiliares de Bahía. En cierto modo, podría decirse que La Aduana resultaba paradigmático entre una serie de lugares que han albergado tocatas en Valparaíso, de los que, dentro de la misma zona, podría nombrar al Domus, el Rockstock, el Maison Doree, el Barlovento, el Núcleo, el Dique, el Klandestino y La Cantera, por citar sólo algunos de los que durante las últimas décadas abrieron sus puertas a la música en vivo. Pero, ahora me pregunto, ¿cuántos de estos recintos siguen funcionando? Volvamos por un momento al bar La Aduana.

 

Entrada (foto por Canalla Rock)

 

Primer ambiente (foto por Daniel Miranda)

 

Luis Yañez tras la barra (foto por Oscar Kuarzo)

 

Jocelyn Torrejón tras la barra (foto por Luis Yañez)
Segundo ambiente junto al escenario (foto por Luis Yañez)

 

Caseta de sonido (foto por Cristian Muñoz)


Lost Astronautas (foto por Daniel Miranda)

 

Para mí, que lo conocí durante la segunda mitad de la década del 2000, el bar estuvo siempre atendido por Luis Yañez y Jocelyn Torrejón. En efecto, ambos se habían hecho cargo del espacio en 2006, luego de haberse conocido y trabajado en el Sukucho, bar mítico de la bohemia porteña reciente, del cual el Lucho (como se le conoce popularmente en Valparaíso) fue dueño. Ahora bien, sobre cómo Jocelyn (también conocida por entonces como la Master) llegó a convertirse en regenta de un bar de Barrio Puerto siendo oriunda de Tocopilla, ella misma nos lo cuenta hoy desde el Valle del Huasco: “Visité Valparaíso por primera vez en 1999. Recuerdo también haber pasado ese año nuevo allá, el cambio de milenio, donde unos tíos que vivían por La Matriz hacia arriba. Entonces ya carretéabamos en el Sukucho, donde conocí al viejo Lucho, con quien empezamos una relación muy bacán, sobre todo a partir de la música. Y empecé a quedarme. Hasta que un día terminé trabajando en el bar, porque faltaba una chiquilla para atender y yo estaba ahí, puro queriendo estar detrás de una barra del puerto. Y así comencé. Después estuve también en el Maison Doree, parchando de noche. Y eran otros tiempos, andaba mucha más gente en el barrio y habían muchos locales. En ese tiempo estaba el pub La Obra, después partió la Estocolmo, la Locomotora. Había una onda super grande ahí en Cochrane: El Playa, Las Vigas, Lo de Pancho. Había mucha bohemia y nosotros estábamos allá a la chucha, en el Sukucho San Francisco, donde terminé haciéndome cargo del local y pasándolo la raja, atendiendo, poniendo música, conociendo gente, viendo bandas. De hecho, aún sueño con tocatas, con el momento en que tengo que echar a los cabros para cerrar el local. La cosa es que cerró por problemas con los pacos por distintas huevás, porque nos sacaban parte por todo: afiche que pegábamos nos sacaban parte… yo siento que nos tenían en el ojo, porque cachaban que éramos un bar de puros outsiders, onda metaleros, anarcos, filósofos, punkis, artistas, y ellos pura gente con prejuicios, políticos, fiscales de mierda y los mismos pacos, obviamente, los peores. Entonces terminamos cerrando el Sukucho, porque nos hicieron cagar a partes, pero decidimos arrendar otro local: La Aduana propiamente tal, y también otro bar que había al lado, que era del Sindicato de Caldereros, al que pertenecía el edificio. Pero en el tiempo que nos demoramos en habilitar La Aduana –ya que pensamos que era el que estaba mejor preparado para que nos dieran los permisos para poder partir, pero tenía muchos problemas estructurales por lo que tuvimos que invertir caleta de lucas y tiempo– todo se dilató y tuve que entregar el local que iba a ser un bar metalero mío, para concentrar energías en La Aduana. Y así partimos finalmente en sociedad con el viejo Lucho el 2006, queriendo brindar un espacio para la creación, para que músicos, poetas y todas las expresiones artísticas en general tuvieran cabida ahí, fuera lo que fuera”.

 

La Aduana fue así lugar de múltiples expresiones musicales, pero también visuales, literarias, performáticas y políticas. Hubo tocatas, lecturas poéticas y peñas, entre otros tipos de fiestas e instancias culturales. Y en cuanto a estilos musicales, fue guarida de todo tipo de propuestas, desde las más tradicionales hasta las más experimentales. Sin embargo, hay una banda que en esta ocasión me dió una pista para poder remontarme hasta los orígenes del bar. Se trata de Umbría en Kalafate, quienes además de aparecer tocando en el bar dentro de la película “Debut” de Andrés Nazarala, tuvieron en él su primera presentación en vivo, hacia los albores del milenio, según recuerda hoy Cristian Bustamente, más conocido como el Nara, guitarrista y fundador de la banda: “El verano del 2001 iniciamos Umbría en Kalafate con el Peluca en la batería, Pax en el bajo, yo en la guitarra y el Pato Olguín cantando e improvisando letras sobre la música. Y así estuvimos el resto del año ensayando, encerrados en la pieza del baterista, hasta que el 29 de noviembre Carlos Ormazabal organizó una tocata en La Aduana, que si mal no recuerdo ya existía antes que nosotros partiéramos. Y en la fiesta que él organizó se presentaron tres proyectos de amigos suyos: Olor a la banda, Cooperativa Jomba y nosotros, que tocábamos por primera vez. Esto en un momento donde bandas como Pequeñas Partículas tocaban harto y donde empezábamos a conocer a otras, como los Hermanos Carrera o Wataflyer, entre tantas más. Y así se dió cierta escena, donde todas las bandas nos íbamos invitando mutuamente a tocar en lugares como La Aduana, donde siempre daban la pasada, o en el ex-Sukucho y otros bares del sector. Finalmente, tocamos mil veces en La Aduana y hasta celebramos cumpleaños ahí, porque era un escenario que nos gustaba mucho, ya que tenía el tamaño justo y la onda precisa para nosotros, que no éramos solo las bandas, sino todo el grupo de gente con intereses compartidos que se reunía en torno a ellas”. 

 

Siguiendo la pista de la primera tocata de Umbría, llegué finalmente a contactar a Matías Zamorano, quien me cuenta que junto a su padre y su hermano, Hernán y Sergio Zamorano, iniciaron el bar el año 2000. Esto les significó no sólo un arduo trabajo de limpieza de lo que en ese momento eran meramente bodegas, sino también la restauración de los ladrillos, unir las dos bodegas y armar el escenario, junto con la instalación del resto del mobiliario. “Y fue así que el bar”, recuerda Matías, “se constituyó en un foco de músicos, experimentos, jazz y electrónica”, un lugar que “nació con la idea de ofrecer un concepto distinto, con un sello under, pero de calidad”.

 

Los fundadores permanecieron a cargo del bar alrededor de cuatro años, para luego pasarlo a manos de Luis y Jocelyn, quienes lograron convertirlo en un emblema del underground porteño, dejando una huella en todos quienes alguna vez asistimos. Lamentablemente, el local terminó por cerrar sus puertas a mediados del 2013, principalmente por problemas económicos, pues pese al aporte que significaba para la cultura de la ciudad nunca dio réditos económicos a ninguno de sus administradores, como quizás nunca lo dan este tipo de espacios en nuestra ciudad. Así, el ocaso de La Aduana no sólo tuvo que ver con haber sido víctima de robo en al menos tres ocasiones, sino con los incontables partes municipales. Pero también con un público que no sólo no es masivo, sino que además no siempre posee el dinero o bien no está dispuesto a gastarlo en la entrada a una tocata. Con todo, el 2018 una nueva administración ocupó el lugar bajo el nombre de Enigma Club, con un concepto distinto. Inevitablemente, comenzó rápido a ser llamado como ex bar La Aduana, generando, al menos en mí, no tanto la curiosidad de conocer este lugar nuevo, como de ir a visitar uno ya conocido sólo para constatar que, pese a ser el mismo sitio físico, ya no era el mismo espacio humano. Como si fuesen las personas tras la barra las que definen el corazón de un bar, y no precisamente sus paredes.

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