Jueves 1 de Octubre del 2020

Un lugar hacia dentro: el sonido de la celda

"... y entonces se empezó a armar Un lugar hacia adentro, que se llamaba así, de partida, porque era un lugar hacia adentro de nosotros mismos, pero también porque para llegar al interior de la celda había que recorrer un pasillo extraño y oscuro..."

Cuando trato de acceder en mi memoria al recuerdo más antiguo ligado a la ex-cárcel de Valparaíso desfilan ante mis ojos difusas fotografías noventeras, tomadas por una retina infantil desde la ventana de una D-3: distingo sus murallas, mientras la micro toma la pronunciada curva junto al Cementerio Nº 2 y, sobre ellas, gendarmes. También alguna mañana de domingo recuerdo haber visto afuera a personas esperando para visitar a sus familiares presos. Varias veces mi madre me contó cómo junto a sus hermanas y mi bisabuela se dedicaban a mirar desde la Av. Alemania, a la altura de Plaza Bismarck, a los reclusos jugando fútbol en el patio de tierra donde yo, años más tarde, el 2001, asistiría a un concierto de La Floripondio con El Otro Yo. Ellas miraban al sitio terroso donde, el 2004 y 2005, volvería para las primeras y memorables versiones del Rockódromo, organizado por las Escuelas de Rock, quienes hicieron un uso importante del espacio durante toda la década del 2000. Miraban por entonces exactamente al mismo lugar donde, un 27 de marzo del 2009, yo regresaría de nuevo para la mágica ocasión en que Lee Ranaldo y Steve Shelley de Sonic Youth (junto a otros músicos) improvisaron, al tiempo que sobre los muros se proyectaba Arcana, documental de Cristóbal Vicente que muestra la vida de los presos durante los últimos días de la cárcel antes de su desalojo.

La Cárcel Pública de Valparaíso comenzó a funcionar como tal en 1846 sobre lo que era un polvorín (cuyas ruinas permanecen en el hoy Parque Cultural de Valparaíso). Ya en 1999 había dejado de serlo, luego que los prisioneros fueran trasladados a la nueva Cárcel de Máxima Seguridad, complejo penitenciario construido junto al camino La Pólvora en las alturas de la ciudad. En el año 2000, la ex-cárcel fue abierta al público para ser visitada y se ofrecieron incluso recorridos guiados por la misma. Entonces asistí junto a mi madre y un amigo. Lo que más me impactó esa vez fue un pequeñísimo espacio (no tendría más tamaño que un closet) que supuestamente sirvió como habitáculo destinado a encerrar y aislar por días a quien tuviera mal comportamiento o fuese considerado demasiado peligroso: el reducido espacio aún me resulta tan espeluznante e inhumano como hace 20 años atrás, cuando estuve ante él. Hoy me pregunto si acaso no estuvo encerrado ahí mismo alguno de los presos políticos que pasaron de manera tristemente masiva para ser torturados e interrogados no sólo durante la dictadura (cuando la cárcel se transformó en unos de los principales recintos de detención política de la ciudad), sino incluso antes, pues a principios del siglo XX ya eran perseguidos y encerrados sindicalistas, anarquistas, socialistas y toda la restante disidencia política. Volviendo a la música, es sabido cómo en el contexto dictatorial, detenido por su militancia comunista, Mauricio Redolés dio en esta cárcel su primera presentación en vivo el año 1975.

Fue por el 2003 cuando asistí en la ex-cárcel a una tocata que, inesperadamente, resultaría un auténtico acontecimiento en mi vida. Ver a Falso tocando sus propias canciones en vivo, como un chispazo, me ayudó a terminar de comprender lo que sería el motivo fundamental de mi existencia: hacer y tocar mi propia música. Ese día se presentaron además las bandas Sidfrid y Vacíos (como hace un tiempo recordaba Max Nogales). Yo sólo añadiría a su relato una imagen que conservo de unos afiches grandes, hechos con témpera en pliegos de papel craft, pegados en algunos lugares de la ciudad (por ejemplo en la esquina de Av. Pedro Montt con Las Heras, donde antes había una feria artesanal). El título de la tocata ya era de por sí sugerente: Un grito desde el patio de atrás. Se trataba de una de las tres versiones organizadas bajo aquel nombre, y sus gestores eran los Vacíos, quienes desde hace un tiempo ocupaban el lugar junto a otros artistas y organizaciones culturales. Pues, en efecto, tras el cese del uso como cárcel pública, el recinto comenzó a ser habitado por distintos actores que no sólo ejercieron ahí su quehacer artístico, sino que lo volvieron comunitario, buscando abrir espacios para los vecinos y el habitante porteño en general. Sobre este proceso de cómo la Cárcel Pública se convirtió en la ex-cárcel, Ernie, vocalista y bajista de Vacíos, hoy lejos de la urbe, desde los alrededores de Casablanca recuerda: “Nuestra relación con la ex-cárcel surgió al mismo tiempo que empezábamos a armar Vacíos, por ahí el año 2000. En ese entonces ensayábamos en mi casa, cerca del recinto. La banda la comenzamos con el hermano del Rei en la batería, puesto por donde más tarde pasaría también Miguel Vargas y, finalmente, Sergio Álvarez, nuestro actual baterista. El asunto es que un día, vagando con el hermano del Rei después de ensayar, pasamos por afuera y vimos que la cárcel estaba abierta. Hace poco habían trasladado a los presos y aún estaba pa’ la cagá, o sea, en las mismas condiciones en que la habitaban quienes habían estado ahí encerrados. Entonces cachamos que había una banda tocando en una de las celdas. En ese momento no había prácticamente nadie más ocupando el lugar. Y hablamos con estos locos y explicaron cómo lo hicieron, y así al tiempo nos vimos tocando en una celda bien chica y apestosa, como en un tercer piso. Y de a poco nos fuimos dando cuenta de la potencialidad que tenía el espacio y, lentamente, vimos cómo empezaron a llegar diferentes talleres, gente que quería trabajar, que necesitaba un espacio para hacer su arte. Y comenzamos a juntarnos y a conversar sobre la necesidad de que esto se mantuviera en el tiempo. Y pasaron los meses, los años y todo esto fue tomando forma y, así nos vimos inmersos en la necesidad de construir un centro cultural para los vecinos y para todo aquel que quisiera venir y mostrar su arte, porque había lugar, había espacio. Entonces, cuando nosotros llegamos el año 2000, el lugar estaba vacío, pero hacia el 2005 el lugar estaba repleto. Y en eso, como el 2004, fue que nos pudimos cambiar a una celda más grande, bastante amplia, y empezamos a soñar: primero la ocupamos como sala de ensayo para nosotros mismos. Después, la habilitamos para otras bandas de amigos con los precarios equipos que teníamos. Al principio no cobrabamos, pero entendimos que si lo hacíamos podríamos invertir ese dinero en comprar mejores equipos, y entonces se empezó a armar Un lugar hacia adentro, que se llamaba así, de partida, porque era un lugar hacia adentro de nosotros mismos, pero también porque para llegar al interior de la celda había que recorrer un pasillo extraño y oscuro que te conducía hacia el interior del lugar”. 

Vacíos, como banda y gestores de Un lugar hacia adentro, fueron sin duda un punto decisivo dentro del mundo de las tocatas porteñas en los 2000, particularmente las relacionadas con el rock y sus diversos matices. Personalmente, si bien tuve la suerte de haber asistido a una de las tocatas que se hicieron el 2003 en el patio de atrás, no fue sino hasta un par de años después que me adentraría al interior de la celda, en el contexto de las llamadas Sesiones Hormigas:

Fue en ellas, si mal no recuerdo, que vi por primera vez a Faz Roído y Pegamento, cuyas presentaciones me impactaron cada una a su manera. Recuerdo sobre todo la actitud de los Faz Roído, aquella de mirar al piso, más bien introvertidos, con canciones que ondulaban entre lo dulce y lo melancólico, pero con un sonido crudo y ruidoso, noise pop. Y de Pegamento retengo su intensidad, la precisión y la crudeza del entonces trío instrumental. Me acuerdo de un tema en particular, donde de pronto el guitarrista alzó su cabeza para gritarle al cielo. O al menos eso recuerdo. Pero para azuzar la memoria todavía más, sobre aquellos tiempos y sobre Un lugar hacia adentro escuchemos mejor las palabras de Felipe Valdivieso, entonces baterista de Faz Roído: “Nosotros llegamos a ensayar ahí el 2005. Nos enteramos del lugar porque habían hecho unas tocatas en el patio de atrás y a veces habían tocatas en la misma celda. Y bueno, la cosa es que el precio que cobraban por ensayar en la celda era bastante conveniente, asequible, y además el lugar tenía la mansa onda, sobre todo por el túnel que tenías que cruzar para entrar, para llegar a este rectángulo que resultaba ser el espacio preciso para una sala de ensayo. A mí me encantaba el lugar, a parte que los cabros lo tenían super ad-hoc, lleno de afiches, de referencias al rock local sobre todo. Y había buena onda ahí, porque también ensayaban los Monos Brutos, por ejemplo, y muchas veces nosotros veníamos después de ellos, entonces se daba una unión. Y los Vacíos estaban motivados, como banda y con el tema de organizar tocatas en la ex-cárcel. Recuerdo las que se hicieron en el patio de atrás, algunas que se hicieron en el patio lateral, el Parque Rock, y bueno, las que se hicieron adentro, donde nosotros tocamos. Y recuerdo que ese día en que tocamos en la celda, también tocó Pegamento y Paraguaplegico, y llegó harta gente y fue bacán, porque la gente estaba cerca de nosotros, casi encima, y el sonido era compacto, a la vena, directo, porque era puro concreto, una acústica especial, el sonido de la celda”. 

En efecto, la celda tenía un ambiente y un sonido especial, acogedor por el trabajo que Ernie y Rei de Vacíos habían realizado, pero inevitablemente crudo y oscuro, como la cárcel misma (y, por qué no decir, como Valparaíso, pese al esfuerzo vano de colorear algunos cerros). Simón Yañez, bajista de Pegamento, me escribió amablemente un correo recordando también aquella tocata junto a Faz Roído y Paraguaplegico, el cual me permito compartir de manera íntegra, pues creo que expresa a la perfección el espíritu de la época y la importancia de la memoria:

Hola Gonzalo,

qué bueno poder recordar a los amigos, los lugares que se han transformado una y otra vez y entender que todo esto es parte de nuestra historia como porteños. 

La sala “Un lugar hacia adentro” era una especie de okupa que tenían Erni y Reinaldo, los chicos de Vacíos en una de las celdas de la ex-cárcel de Valparaíso. El espacio era utilizado como sala de ensayos y luego se realizaron micro-tocatas en un espacio muy pequeño donde llegaban amigos de las bandas y también mucho turista que sentía el ruido al final del pasillo.

Con Pegamento participamos en una tocata en julio de 2005 junto a Paraguaplégico y Faz Roído, veníamos de tocar en Concepción y recuerdo que esta tocata en la ex-cárcel nos ayudaría a desarrollar ideas para una Fonda Rock en el teatro del Partido Radical en Santiago. 

Hubo muchas tocatas y bandas de cerro que tenían dinámicas increíbles en ese entonces, harto carisma y mucha identidad porteña.

Encontré este afiche que diseñé para la tocata, fíjate en el valor de la entrada y en el perro que cae en la taza (The Jesus Lizard – “Down”)

Finalmente, hubo un evento que de algún modo vino a sintetizar todo lo realizado por Un lugar hacia adentro y que fue Parque Rock, cuya primera versión se hizo en enero de 2009 en uno de los patios de la ex-cárcel, y que fue levantado a pulso gracias al trabajo de todas las bandas involucradas. Este festival, que contó con una segunda versión en el mismo lugar el 2010 y algunas posteriores en otros sitios, con otras gestiones, logró no sólo congregar a una cantidad importante de bandas activas de ese entonces en la región, sino además atraer una importante afluencia de público de diversas edades, dando por resultado una bella jornada que duró todo el día hasta el anochecer. Esta primera versión de Parque Rock marcó, según mi parecer, un momento significativo en el devenir del mundo de las tocatas porteñas, como lo atestigua su afiche y una memorable fotografía tomada por la noche, al final de la jornada. Finalmente, sobre la celda y Parque Rock, Jurel Sónico, entonces vocalista y guitarrista de Lisérgico, recuerda: “Llegué a la celda por dato de los Tío Jimmy, el Alexander y la Angi, y empezamos a ensayar ahí con Deyabú el 2005. Después de un tiempo, el Ernie nos invitó a una tocata con Faz Roido y ahí empecé a cachar la escena. Yo era chico, tenía 17 años, y me encantaba estar en esa volá, descubriendo todas las bandas que en ese entonces circulaban por las tocatas del puerto. Viendo siempre música en vivo. Y bueno, en la celda nosotros grabamos con Miguel Vargas de Supersolo, el primer Ep de Lisérgico, Invierno, el 2007. Y en ese momento, dado que la sala era super barata, costaba dos lucas la hora, empezamos a ensayar seguido, todas las semanas, por lo que nos encontrábamos constantemente con los Vacíos y con todas las bandas que ahí ensayaban, y así fue surgiendo la idea de Parque Rock, hasta que un día hicimos una reunión, donde fueron representantes de todas las bandas: el Simón de Pegamento, el Victor y el Yoyol de Kafarenass, el Rorro y el Pato de Paraguaplegico, etc.  Y así nos pusimos de acuerdo y cada quién aportó como podía. Por ejemplo, el Erick, que era batero de Fumo y sonidista del Mascara, se puso con algunas luces. Entre varios armamos el backline. También estaba metido el Papelucho, haciendo sonido. Y de hecho, entre las mismas bandas nos turnamos para estar en la puerta cobrando entrada. Había un espíritu de compañerismo. De hecho, ese día nos juntamos temprano y almorzamos todos juntos en el comedor de la ex-cárcel, me acuerdo que comimos porotos y unas sopaipillas exquisitas que hacía la tía que trabajaba la cocina. Y nada, fue bacán ese día, ese tiempo en general. Y resultó bien la tocata, fue super linda”. 

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