Lunes 22 de Junio del 2020

El sueño de la banda propia: la escena grunge porteña de principios del 2000

En efecto, Sidfrid fue tanto para Max como para mí la puerta de entrada al universo de las tocatas en Valparaíso, un submundo musical también conocido como el under porteño o, simplemente (y de un modo mucho más polémico), la escena. En particular, a donde fuimos a caer fue a una movida grunge que tuvo sus mejores años –según cuentan– entre 1999 y 2003; es decir, una movida que cuando nosotros nos introdujimos (con apenas 16 años de edad) estaba pronta a desaparecer.

Hace un tiempo recordaba mis primeras tocatas y mi primera banda, Zapatilla Sónica. Sin embargo, antes de ella había tocado en vivo en una kermesse de mi colegio el año 2003. De esta recuerdo mi franela cuadrillé y mi guitarra (una Telecaster Fender Squier, que me había comprado mi abuela en el Radiovisión de Viña del Mar) tocada con una baqueta en un cover de 100% de Sonic Youth, tal y como Thurston Moore lo hacía en un videoclip que había visto en el programa Rocket del canal Vía X. En esa oportunidad habíamos conformado una banda de ocasión con Max Nogales en la batería, Jaime Silva (hermano gemelo de Germán, ambos compañeros de curso que tocaban guitarra y cantaban) en el bajo y, finalmente, Jano, vocalista y guitarrista de los Sidfrid, cumpliendo el mismo rol. A ellos, los Sidfrid, los había conocido a través de Max (luego también baterista en La Yegua Negra y Caallo Loco). Él mismo, que hoy reside en Berlín, recuerda: “A los Sidfrid los conocí en el verano del 2003, a través de un aviso que puse en la tienda de discos Blackbox de la galería Tres Palacios, buscando vocalista/guitarrista y bajista para la banda que intentábamos formar contigo. Ellos supusieron que era un baterista solitario, así que me llamaron medio angustiados porque tenían un concierto en una o dos semanas. Yo tenía 15 años y esta sería la primera vez que tocaría fuera del colegio, con otras bandas que hacían y escuchaban la misma música que yo. El nombre de la banda lo había visto antes por el plan de Valparaíso en afiches; también mis amigos Manolo y “el Mentiroso” habían ido a una tocata en El Dique una semana antes de recibir la invitación para unirme a la banda y habían llegado al colegio comentando alucinados que los Sidfrid habían tirado los instrumentos tal cual lo hacía Nirvana al final de sus actuaciones, lo que me hizo aceptar la invitación súper sorprendido y sin necesidad de pensarlo dos veces. Después de un par de ensayos en la casa del Jano (voz y guitarra), que vivía detrás del desaparecido Hospital Alemán en el Cerro Alegre, fuimos a tocar a una especie de galpón que había en la Ex-cárcel junto a Vacíos y Falso. A estos últimos los había visto dos años antes en un tributo a Nirvana en el bar Klandestino (más tarde Morgana, en calle Clave), pero esta vez me impresionaron mucho más con sus temas propios y con su distorsionada versión de “Fell in love with a girl” de los White Stripes, la cual tocaron dos veces. En ese y en otros conciertos junto a Sidfrid conocí la escena under de valpo y me sumergí en ella hasta mi salida del país el año 2015. Algunas bandas con las que compartimos escenario en el transcurso de ese sónico 2003 fueron Profilácteros, Garage, Mordor, Vacíos, Fatal, Surmenage, Falso y las infaltables bandas tributo”.

 

Falso en El Dique, en la tocata donde el Manolo y “el Mentiroso”, los amigos de Max, vieron a los Sidfrid tirar al aire sus instrumentos.

 

En efecto, Sidfrid fue tanto para Max como para mí la puerta de entrada al universo de las tocatas en Valparaíso, un submundo musical también conocido como el under porteño o, simplemente (y de un modo mucho más polémico), la escena. En particular, a donde fuimos a caer fue a una movida grunge que tuvo sus mejores años –según cuentan– entre 1999 y 2003; es decir, una movida que cuando nosotros nos introdujimos (con apenas 16 años de edad) estaba pronta a desaparecer. Esto se debió a que sus protagonistas venían intentando canciones propias que si bien primero se parecían bastante a los covers con los que habían comenzado a presentarse en vivo, de a poco fueron adquiriendo características cada vez más originales y alejadas del grunge. Se trató así de una escena que significó sólo un primer momento en el largo camino musical de cada una de estas bandas. Un primer estadio, pero con tocatas bastante exitosas en términos de asistencia de público, fenómeno que, curiosamente, sólo se mantendría mientras las bandas estuvieron dispuestas a basar sus sets en covers. A medida que esto cambió las tocatas fueron quedando cada vez más vacías. Por supuesto, aquellas primeras canciones propias no eran quizás gran cosa, pues eran notoriamente influenciadas por las bandas que amaban. Aún así, queda rondando la pregunta: ¿hubo en esa movida grunge un público dispuesto a apoyar y a oír las distintas propuestas que surgían espontáneamente?¿Lo ha habido en general en las tocatas de Valparaíso? Al menos hasta ahora, puedo decir a título personal que he visto principalmente a los mismos músico/as y a sus amistades ser quienes mantienen vivo el incendiario pero precario (un poco como la ciudad misma) mundo de las tocatas.

Garage en la antigua estación de trenes de Belloto (2001). De izquierda a derecha: Eduardo Chaparro (Bajo), Cesar Brito (Batería), Juan Pablo Brito (Guitarra) y Miguel Florido (Voz/Guitarra)

 

La fuerza del grunge en la provincia porteña consistió, entonces, en esto: inspirar a un grupo importante de jóvenes principalmente de clases bajas (o, en el mejor de los casos, de clases “medias”) a armar sus propias bandas a punta de covers, para luego impulsarles a hacer música propia y, a través de esto, insertarlos en el circuito subterráneo del rock (que con los años se extendería más allá del rock). Luego, sirvió también para lograr dar a la música un lugar efectivo en sus vidas, pese a los obstáculos contextuales como la falta de acceso a instrumentos musicales (tanto por la casi inexistente oferta como por la prácticamente nula capacidad de compra) y la dificultad para acceder a música que no fuese masiva. En un tercer plano, sirvió además para enfrentarse a una sociedad aspiracional (en el doble sentido de aspirar, esto es: con deseos legítimos de surgir, pero también con arribismo) que no miraba con buenos ojos que las clases bajas soñaran con las artes, como si estas oliesen a pobreza en un Chile donde sólo las clases altas podían realmente dedicarse a ellas. 

Falso en tocata del 2001 organizada por Sub Rock en El Klandestino, junto a Weichafe (Stgo) y Garage (Belloto). De izquierda a derecha: Pancho Pollo (guitarra), El capitán cavernícola (Batería) y El pato (vocalista/guitarrista).

 

Cuando hablo de una escena grunge en Valparaíso me refiero a bandas como Garage, quienes más tarde formarían Macula Hajj y, finalmente, el psy-rock OjorojO (quienes el año 2013 lograron generar un ruido no menor en torno al localmente aclamado Montezuma, disco que debió haber catapultado a la banda hacia algo más, pero que, como tantas otras historias porteñas, continúa sin obtener lo que merece). Hablo también de Falso, banda principalmente basada en Patricio Herrera, el Pato, “el último de los grunges”, oriundo de los blocks del 5º Sector de Playa Ancha, uno de los más interesantes creadores de canciones de Valparaíso quien, siendo autodidacta y rechazando la exposición, ha grabado infinidad de demos a cassette desde fines de los 90 y registrado algunos discos como Pinta o Ni edad, difundidos más bien entre amigos. Hablo también de Fatal, que comenzando por covers grunge y uno que otro tema propio terminó convertido en SEyMAyNEyM, practicantes de un rock heterodoxo, interesado en explorar otras variantes, dando por ejemplo cabida a influencias del nu-metal (que por esos años también se extendía entre los audífonos de los escolares porteños y ofrecía igualmente un puñado de bandas interesantes en la escena como la ya legendaria IM28Z). Hablo también, por supuesto, de Vacíos, banda reconocida por muchos como importantísima en el momento y en el devenir posterior del submundo musical porteño, ya que (además de una propuesta rockera única y visceral que cultivan hasta el día de hoy) coordinaron el espacio Unlugarhaciaadentro en la Ex-cárcel, celda que funcionó como sala de ensayos y lugar de tocatas para estas y otras bandas; un sitio donde vi, por ejemplo, por vez primera a Faz Roído o Pegamento, quizás por el año 2007. Hablo también de Chaka, que desde los covers evolucionó más tarde hacia el sofisticado rock-pop de Abriles. Hablo así mismo de Migraña, quienes luego evolucionaron al rock-pop de I love pendejas y, finalmente, al alt-folk de Supersolo. Y hablo, por cierto, de los ya mencionados Sidfrid, quienes luego viraron hacia el rock-pop con Áereo (gesto que no sólo los alejaría del grunge, sino que también provocaría la desaprobación de sus amistades rockeras más extremistas, que veían con sospecha todo movimiento fuera del rock, pues esto representaría una especie de pérdida de autenticidad).

Vacíos en El Klandestino, Valparaíso, 2002

 

Toda la camada grunge de principios del milenio, entonces, registró una actividad importante desde fines de los 90, con epicentro en Valparaíso, para ya decaer hacia el 2003 y disiparse por completo a fines del 2005, momento en que ya no hay grunge, sino rock-pop, stoner, hard-rock, indierock, rock psicodélico y folk, entre otros sonidos. Sobre los tiempos del grunge, hace casi ya 20 años atrás, Miguel Florido de Garage (y de Ojorojo) recuerda: “Llegué de vuelta a la Quinta Región luego de vivir en Punta Arenas el año 1997. Ya llevaba un tiempo sumergido en Nirvana y al llegar venía con el sueño de amar una banda propia, entonces me encontré con que en Quilpué y alrededores ya había cierta movida grunge. El año 1998 descubrí el mundo de las tocatas del puerto, aún dominado por el punk y el metal. Los lugares eran el Klandestino, el 1900, el Playa, el Liverpool en la Subida Ecuador. En Barrio Puerto también había varios locales, pero fue la tocata de La Floripondio y El otro yo en el Sindicato de Estibadores, en 1999, la que dejó huella, porque ahí se conocieron varias personas de tal modo que, a fines de ese año, ya había una camada de bandas influenciadas por el rock de los noventa circulando en bares. Había un local en Las Heras que daba la pasada para tocar y ahí fue de las primeras veces que toqué en Valparaíso. En una de esas tocatas estaban los Falso mirando, nosotros con Garage hacíamos algunos temas propios y covers de Mudhoney, porque el 98 ya había conseguido el Superfuzz BIgmuff, gracias a un loco que vendía cassettes pirateados en una galería de Viña del Mar. Entonces hicimos amistad con Falso y de ahí en adelante hicimos muchas tocatas con ellos y con Chaka, la banda escolar de Juanito, “El Perro”, que luego sería baterista de Falso. También apareció la banda de Angel, Fatal, que hacían covers grunges y luego algunos temas propios. Esto más algunas bandas de Concón como Profilácticos. Entonces, aparece un personaje clave, Pablo Ponce, cabeza de un colectivo o especie de productora llamado Sub Rock (en alusión evidente al sello de Seattle, Sub Pop). Y Sub Rock empezó a hacer tocatas con las bandas que hacíamos grunge y logró aglutinar una comunidad en torno a eso. Muchas de estas tocatas fueron en el Klandestino, y se llenaba. Recuerdo que los dueños de ese tiempo, unos metaleros más viejos, no podían creer que unos cabros chicos como nosotros llenásemos el lugar. Las tocatas las hacíamos con amplis de 15 watts y cargando la batería entre varios al fondo de la micro, desde Belloto a Barrio Puerto. En el momento más álgido, Pablo Ponce hacía al menos dos tocatas al mes, siendo el mayor hito la vez que trajo a Weichafe, teloneados por Falso y Garage. Otro hito de Sub Rock fue, también, la proyección de una serie de películas relacionadas con el grunge, como el Nirvana! Live! Tonight! Sold Out! en el desaparecido Cine Olimpo, de Viña del Mar, el 2001”.

Garage en El Liverpool, Valparaíso, con “Jiji” (leyenda del under musical porteño) en el sonido.

Hubo efectivamente un elemento interesante además de las bandas y los músicos (junto al público y los bares) que fue Sub Rock, y que bajo la conducción del conconino Pablo Ponce (hoy residente en Madrid, España, según el dato de un respetable informante venido también de la tierra de Arsénico) fue capaz de articular esta escena en torno al grunge, no sólo haciendo tocatas, sino logrando proyectar algunas recordadas películas, así como transmitiendo incluso un programa con el mismo nombre, Sub Rock, a través de las ondas de la Radio Atraxión que por esos años atravesaba el viento porteño para ser sintonizada en la 102.5 FM. De hecho, en aquel lejano 2001 yo mismo tuve la oportunidad de asistir (yendo en 8vo básico) a aquella mítica proyección de ese documental de Nirvana en el Cine Olimpo de Viña del Mar. Fui con mi amigo y compañero de curso Alexis León, con quien, en ese entonces, cuando no nos pasábamos las tardes después del colegio callejeando para colgarnos de la escalera mecánica de Huito o bien meternos al pool que estaba en la misma calle, entre Condell y Salvador Donoso, nos dedicábamos a tocar canciones de Nirvana con guitarras de palo. Este amigo, por cierto, partiría pronto a EEUU, donde formaría su propia banda de covers de Nirvana y otros clásicos del rock, para luego avanzar hacia temas propios. Yo, por mi parte, permanezco aquí, entre Valparaíso y Santiago (desde hace un tiempo), sin lograr armar –aún– una banda estable, aunque creo que he encontrado otras maneras de hacer lo mío. 

Finalmente, me hago eco de las palabras compartidas por Ángel Fernández, vocalista y guitarrista de Fatal, sobre ese momento grunge de principios del 2000: “Es verdad que Sub Rock tuvo una función, pero nosotros jamás vimos ni uno, pese a que las tocatas estaban llenas. Por lo mismo, después preferíamos las tocatas que hacía Cristian Manríquez con Arcano Producciones. De todos modos, la verdad nunca estuvimos muy preocupados de la plata, porque sólo queríamos tocar y carretear, pasarla bien, era una cosa de amigos en realidad, reunidos en torno a la música, con ganas de hacer cosas por la emoción de hacerlas, porque en el fondo disfrutábamos del proceso: sacar canciones, ensayar, armar tocatas, pegar afiches y entre varios subir la batería a la parte trasera de la micro y partir desde Gomez Carreño a Subida Ecuador, 8 o 10 hueones con amplificadores arriba de la micro, porque no sólo no había Uber (y aunque había taxi no teníamos dinero para pagarlo), sino que muy poca gente tenía auto. Me acuerdo también, por ejemplo, de cómo conocimos al Juanito, baterista de los Falso: íbamos con un amigo a una tocata en el “Pepe Pancho”, el Liceo José Francisco Vergara de Gomez Carreño, de hecho íbamos a tocar, y de repente en el patio de una casa estaba el Juanito escuchando Nirvana a todo chancho, con los jeans rotos y con una franela, y nosotros quedamos sorprendidos, porque no pensamos que en nuestro barrio (donde solo se escuchaba cumbia y rap, y hoy también trap y reggeaton) podía haber alguien más que escuchara la misma música que nosotros, entonces nos acercamos y lo invitamos a la tocata. ¡Y él fue! Y así nos conocimos, porque así eran las cosas en ese tiempo, sin redes sociales, y de hecho sin internet aún en la casa, por lo que para bajar música teníamos que ir al ciber del barrio, el único, donde te grababan las cosas en CD. Por eso yo siento que ese tiempo fue real y jamás nos interesó que fuese de otro modo. En cierto sentido, eso era el grunge. La idea de que lo importante es hacer música y el resto son tonterías. Y eso nos reunió, nos permitió conocernos y ser amigos. Seguir haciendo música hasta el día de hoy. Lo importante siempre fue mantenerlo real y divertirse”.

Fatal en La Mandragora, Achupallas, Viña del Mar, 2003

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